Las
mentiras siempre duelen: las de las palabras, las de los gestos, las
de las miradas, las de la piel, las tardías y las tempranas, las
propias y las ajenas. Todas. Siempre.
Toca
entonces cuidarse, dejarse querer, dejarse cuidar, dejarse amar y
amarse. Toca armarse de valor y no volver a disfrazarse, toca además,
desenmascarar al impostor. Has de tener mucho cuidado, porque hay
disfraces tan eficaces que parecen la propia piel.
Llega
un momento en el que tienes que cerrar una puerta con profundo dolor
y acaso también, cierto placer, sabiendo que lo que dejas detrás
tal vez jamás te perteneció, quizá nunca lo conociste del todo.
Tómalo como una lección necesaria e inestimable. Sé que cuesta no
regresar, no volver donde ya no se te quiere. Pero marchar es tan
urgente como doloroso.
Son
tiempos en los que sientes que vas subiendo una cuesta empinada,
arrastrando casi el alma. No sabes quizá, que hay unas manitas que
te empujan. Te dejaste vivir, te dejaste llevar, piensas que no
fuiste tú quien construyó tu vida. Pero, ¿quién si no?
Sucede
que siempre, siempre elegimos, aunque sea que decidan por nosotros.
Somos
causa y efecto de nuestro propio destino, para bien o para mal.
Y
resulta que, a veces, pones tanto empeño en la lucha que te quedas
sin fuerzas para enfrentar la derrota. Pero descuida, cuando crees
que ya no puedes más, vas y puedes. Porque nunca dejas de caminar.
Porque cada uno de tus pasos ha sido dado y no ha sido en vano.
Y
tal vez, cuando no encuentras puertas ni ventanas por donde escapar
es porque, a lo mejor, ya estás fuera.
Entiende
que es muy fácil dejarse llevar por el desaliento, pero no conviene
detenerse en esa estación. El mundo no deja nunca de girar, a un
tren siempre le sucede otro y si te ofuscas en comprobar si los
billetes que sacaste eran o no los adecuados, probablemente perderás
el siguiente. No te rindas. No te dejes vencer. No decaigas. Recuerda
que vivir no es dejarse morir. Sécate ya esas lágrimas y continúa
tu camino.
No
te recrees en el desamparo.
No
hagas del desánimo tu nueva casa.
No
te acomodes en el fracaso.
Desinstala
las lamentaciones.
Porque
quieres, porque te lo debes, porque tú puedes.
Texto: Santi Jiménez
Imagen: Ed Feingersh
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