Se
sentó delante de la máquina de escribir. Todos los días procuraba
soltar algunas letras, aunque no tuviese nada que decir, sin formato,
sin pensar, sin digerir. Era una forma de ordenar desordenadamente su
cabeza, de darle forma a lo que sentía, a lo que intuía, a lo que
ni siquiera sospechaba. A veces tardaba días en comprender lo que
había escrito, en ocasiones le dolía el resultado, otras la sanaba.
Un
amigo le dijo: “Un día, una página”, así como si hablase de la
vida. Por
eso aporreaba diligente o distraída aquellas teclas como si de
prescripción facultativa se tratase. También le gustaba escribir a
lápiz, el sonido de la mina arrastrándose por el papel marcaba una
melodía conocida y reparadora.
Sin
embargo, hacía siglos que no pintaba, desde que su padre enfermó.
No sabía si era falta de ilusión, de voluntad o miedo a lo que
pudiera salir de los pinceles. Pero hoy, por lo que sea, había
llegado el día. Dejó el papel paciente en el rollo de su vieja
Olivetti y bajó al sótano. Allí es donde guardaba el caballete, el
material y todos los lienzos aplazados. Hacía frío, se agarró el
pecho, le dolía, lo sentía cerrado. Bronquitis, había
diagnosticado el doctor, pero ella sabía que no, que lo que allí
guardaba era todo lo que no decía, todo lo que se tragaba, todos los
besos que no daba, todos los abrazos que morían antes de nacer,
todas las verdades que habían mutado recientemente, todas las
lágrimas ahogadas.
Manchó
la paleta de tonos rojos: bermellón, rojo cadmio, escarlata... y
pintó con pasión y sangre. No sabía si lloraba de felicidad,
esperanza, rabia, frustración, dolor o alivio. Pintó su corazón,
sus pulmones, su soledad. Pintó aquel adiós, pintó sus últimas
palabras, pintó un “quédate” silencioso, pintó el miedo.
El
sótano estaba lleno de enredos, curiosa metáfora de su vida.
Normalmente conseguía aislarse de aquella maraña mientras pintaba,
pero hoy la maraña la observaba atónita.
Sonó
el móvil. Era él. Un whatsapp. Sólo cuatro palabras que le dieron
la vuelta como un calcetín. Cuatro palabras y una canción:
“Brighter than sunshine”. Su canción.
Volvió
al lienzo, vertió en la paleta colores al azar y pintó una ventana,
una ventana con vistas a la vida.
Texto e imagen: Santi Jiménez
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