El
pasado jueves hizo diez años que tu ternura acampa a sus anchas por
la casa. Sé que no eres mío y sin embargo, te siento tan dentro
aún. Siempre temí que llegara el momento de tu nacimiento, jamás
me quejé de tu peso, ni del calor de la recta final de embarazo en
pleno agosto, ni de los tobillos hinchados. Me sentía una
privilegiada, era dichosa al notar tus movimientos, temía que
salieras de aquel paraíso amniótico en el que nadabas, dormías y
te alimentabas a placer, dando sentido así a mi vida.
Tanto
es así, que cuando aquella noche del veinte de agosto te obstinaste
en salir, yo cerraba mis piernas hasta la asfixia. Fue por esto que
naciste azul, como un pitufo, como el cielo, como el mar, como tus
ojos quizá. Y aún no te he podido soltar. Saliste al mundo pero te
quedaste en esta maquinita mía que palpita y hace tic-tac y, como
dice la abuela, aún, a día de hoy, no pude cortar el cordón
umbilical. Será por eso que no se me ocurre mejor compañero de
sueños, que nadie llena el huequito de mi cama como tú.
¡Cuánto
amor! ¡Qué miedo! Qué alegría! ¡Qué dolor! ¡Qué placer! ¡Qué
orgullo! Cuántos sentimientos alberga mi pecho al mirarte, al
saberte en el mundo. Y te veo dormir y contengo el aliento, por miedo
a despertarte, por miedo a que no despiertes.
Hay
tanta belleza en cada uno de tus actos, son tan sublimes tus
pensamientos, tan apasionantes tus planes, tan ambiciosos tus
proyectos, que le pido a la vida que te toque siempre con las manos
bien limpias, que mire tu corazón y actúe en consecuencia, que
recojas siempre lo que siembres (tal es mi confianza) y que recibas
en todo momento lo que das.
Y
me duele no poder medir el alcance de tus pasos, ni sopesar el
terreno que pisas, ni garantizarte que el que la sigue la consigue.
Me hiere no poder asegurarte que la vida siempre es justa y que al
final, ganan los buenos.
Me
angustia saber que nada puedo yo enseñarte, que no puedo tropezar
por ti, que tú aprenderás todo por tu propio ensayo-acierto-error,
que mis palabras estarán vacías hasta que tu experiencia les
confiera solidez.
De
nada sirve que te arrope esta noche o que te hidrate suficientemente,
ni que te cuide como conviene. De nada o poco sirven mis consejos ni
desvelos. Porque tu vida es tuya y habrá sombras que ni siquiera
podrá disipar tu luz.
Y
también sé, que a veces la mejor enseñanza es cruzarse de brazos y
dejarte hacer. Y a la que intento transmitirte algo, tú ya me has
dado diez lecciones.
Me
alegro y me preocupa que seas tan precoz, tan emocionalmente maduro,
tan sensible. Esto te hará disfrutar como nadie, pero también
sufrir y yo sólo podré ser una espectadora más y ofrecerte un
abrazo y una tirita con dibujitos.
Te
quiero, Álvaro.
Texto e imagen: Santi Jiménez
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