miércoles, 3 de junio de 2015

Salto al vacío


La vida se hace la puta, pero a mí no me engaña. Yo me he bebido mil amaneceres, yo he visto el viento acariciar la hierba y el sol colarse entre las ramas, entre tu pelo.
A ratos, la vida se pone cuesta arriba pero a mí no me disuade. Yo he alumbrado dos hijos y visto regresar gente de la muerte.
A la vida le apetece en ocasiones, hacerse la estrecha pero a mí no me confunde. Yo he dado abrazos que sanan y he recibido besos de los que curan. Yo, que he hablado a un centímetro de tu boca, salvando las distancias. Yo, que te he acariciado con palabras mientras besabas mis dedos calientes, lento y desesperado, yo que he revuelto tu pelo, yo, que me he visto en tus ojos por primera vez, yo, ya no me detengo.
Pues sí, la vida se pondrá en plan puta y te querrá cobrar por sus favores y te pedirá incluso las vueltas y propina.
Pero ésa es la misma que baila como nadie, que como nadie te mete el ritmo en el cuerpo. Ésa es la misma vida que se hará de sangre caliente si tienes frío, la misma que templará tu corazón cuando refresque, que vendrá en son de paz si estás rendido. Y al rato se tornará hostil y acero, hielo y miseria y te tocará las pelotas para que te superes.
Y te hará abandonar la senda, salir de tu predecible zona de confort y te llevará desnudo al parque o a pasear por los tejados sin más timón que tu paraguas abierto hacia el cielo.
A la vida no le exijas respuestas porque igual se quedará muda. En cambio, si olvidas las preguntas igual le pone banda sonora a ese beso das bajo la lluvia o te canta con voz de confeti el cumpleaños feliz.
Si es que la vida es muy así y aprieta y también ahoga, pero sabe dónde y cuándo tira y afloja. Porque a la vida, como a una amante esquiva, le encanta sentirse deseada. Porque la vida comprende que no es nadie sin la muerte. Y así, le gusta que, de cuando en cuando, la veamos bien de cerca, para hacernos sentir vivos nuevamente.

Por eso no te quepa la menor duda alguna vez habrás de saltar, asegurándote bien de que el paracaídas sea convenientemente defectuoso para sentir por segundos la caída libre. Pues sucede que, a veces, saltar al vacío es la única forma de avanzar. Porque comprende que, a ratos, nada de lo que conoces es verdad y es preciso desaprender en segundos las lecciones que te han robado años.

Texto: Santi Jiménez
Fotografía: Yves Klein, Salto al vacío, 5 rue Gentil Bernard, París, 1960

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