Me
decías que yo tenía un fetiche con las manos, con tus manos para
ser más exactos y yo te miraba con fingida ofensa. Es de esas cosas
que no recordaba hasta hoy, cuando me encontré con aquella foto de
nuestras manos entrelazadas y por detrás, escrito con tu caligrafía:
“Pacto de sangre” y una fecha.
Por aquel entonces, tú y yo éramos días soleados y no sé si recordarás que solías reírte por todo, con tu boca pegada a mi cuello. Yo aún siento cómo inevitablemente se me erizaba la piel a tu contacto, cómo se me contagiaba tu risa y cómo siempre, siempre acabábamos en un beso.
Por aquel entonces, tú y yo éramos días soleados y no sé si recordarás que solías reírte por todo, con tu boca pegada a mi cuello. Yo aún siento cómo inevitablemente se me erizaba la piel a tu contacto, cómo se me contagiaba tu risa y cómo siempre, siempre acabábamos en un beso.
En
días como éste te echo de menos y sé que de alguna manera, en
algún lugar tú también me extrañas a mí. Me lo prometiste. Nos
lo debemos.
Comenzamos
esta historia sabiendo que tarde o temprano lo sería. No podía ser
de otra manera: Tú venías con el corazón empeñado en otra causa y
yo llegaba sin apenas corazón. Tú habías vivido más de mil vidas
entre el cielo y el infierno, entre aquellos brazos que te
estrechaban si mirabas para otro lado y te alejaban cuando les
devolvías el abrazo. Y yo, yo no había salido del purgatorio de mis
cuatro paredes, las mismas que años después han vuelto a recibirme.
Como
te digo, lo nuestro estaba condenado a dejar de ser, pues nuestras
maletas eran demasiado pesadas y aunque intentamos olvidarlas en la
primera estación, jamás logramos deshacernos del equipaje de mano.
Tal
vez nuestro error fue comenzar tan muertos de miedo. Etiquetarnos nos
daba un pánico atroz, ponerle nombre a lo nuestro era darle
consistencia, conferirle vida y ninguno sabíamos si eso era lo que
queríamos.“No le pongamos nombre a esto", ésa y otras frases
similares, dictadas por el miedo, se convirtieron en estribillos más
que conocidos para nosotros. "No somos nada", insistíamos
y tú cumplías tu parte a la perfección. Pero yo, yo hacía de
aquella "nada" mi "todo".
Hubo
un tiempo, no obstante, en el que diría que fuimos felices. Sí, sin
duda yo era feliz, hasta que, distraído, un día me cruzaste la
mirada y la vi a ella, tan satisfecha en tus ojos, tan segura de su
trofeo y con aquel aire triunfal. Persistente, implacable y vencedora
aún en la distancia.
Imaginaba
su mirada, la de ella, complacida cuando, a veces, yo te pedía que
me abrazaras y me besaras un poquito en el sofá. “Sólo un par de
abrazos y me voy". Y tú, siempre tan disciplinado, cumplías tu
parte con soltura: un par de abrazos, un par de besos y ya. Y, sin
embargo, yo cerraba los ojos, te agarraba fuerte, enredaba mis dedos
en tu pelo, te buscaba con mi lengua, te arañaba, te abrazaba con
las piernas, con los ojos, con mi vida, pero, al final, cruzaba la
puerta y cerraba por fuera, aunque nunca me iba del todo.
Me
dolían sobre todo esos besos que sabían más a ella que a mí. Los
aceptaba como si de una limosna se tratara. Sabía lo que había,
sufría lo que no podía ser y lo bendecía muy a mi pesar. En
cambio, tú fingías no saberlo, pero la buscabas con sigilo en cada
beso de mi boca, hasta perderte, hasta perderme, hasta perdernos.
A la desesperada intenté deshacer torpemente aquel encantamiento, desatar ese triple nudo que te amarraba irremediable y dulcemente a ella, a tu verdugo, a tu amor.
A la desesperada intenté deshacer torpemente aquel encantamiento, desatar ese triple nudo que te amarraba irremediable y dulcemente a ella, a tu verdugo, a tu amor.
Yo
había vuelto a pintar por aquellos días. Siempre tú, tú y tú en
todos y cada uno de mis cuadros. Mis pinceles te veneraban, trataban
de poseerte y desposeerte de ella. Y con ese fin, yo hacía tu
retrato día y noche, de memoria, sin fotografía y sin modelo e
intentaba exiliarla a ella del brillo de tu mirada, casi lo lograba,
pero no alcanzaba el mismo efecto fuera del lienzo. Por eso nunca
firmé aquellos cuadros y fue por eso que nunca permití que nadie
(incluido tú) los viera.
Texto: Santi Jiménez
Fotografía: @GolfaDemocracia