Quizá
el silencio sea la peor de las respuestas.
Puse
todas las cosas que no nos dijimos, todo aquello que no hicimos y lo
que se nos quedó por el camino en una caja. Aún tenía algunos
besos guardados en los bolsillos, los saqué resignada y los incluí.
Me costó mucho más deshacerme de las dudas y las promesas, la
incertidumbre no cabía ya, tampoco el miedo. Apreté todo con fuerza
y conseguí meter un poco de nuestro dolor, quedó acomodado entre la
desilusión y la esperanza, se abrazaron fuerte, contrariadas. Dolía
deshacerse de cada detalle, de cada trocito de nuestra historia. Pero
los dos sabíamos que sólo eso quedaba por hacer. Cerré la caja
sentándome sobre ella y me tragué la llave. No recordaba lo mucho
que odio hacer maletas.
Quiso
el azar que encontrase nuestras primeras cartas, no las leí
intentado evitar un mal mayor, un trago amargo, pero ¿acaso era
necesario? Las conocía de memoria. Todas hablaban de tiempos
poderosos y altivos, cuando éramos la envidia de dioses y musas que
celosos espiaban nuestros desvelos, nuestros encuentros
pretendidamente furtivos. Eran tiempos en los que caminábamos por
momentos sobre el agua y a ratos entre las nubes.
Y
confieso que creía en ti y en esas dos palabras y en aquel par
cuerpos. Creía con fe ciega en tu playa, en la sal de tus lágrimas,
en tu risa dulce, en nuestros lunares, en tu pelo revuelto y en las
sábanas mojadas. Creía en nuestros pronombres y en algunos
posesivos. Creía en cualquier cosa que saliera de tu boca.
Eran
días de primeras veces compartidas, de lluvia bajo el mismo
paraguas, de tormentas divertidas y primaveras juguetonas.
Éramos
tan fuertes y tan efímeros.
Ahora,
todo aquello se ha escapado como un gato sigiloso y sibilino. Ahora,
ya no leo tu cuello con las yemas de mis dedos. Desconozco qué vas a
decir en cada momento, ya no sé la letra de nuestras canciones, he
olvidado nuestra coreografía y no me veo de vuelta en tus ojos.
Algún
día dejamos de contarnos los secretos al oído, los secretos se
mudaron. Dejamos de comprobar si nos latía fuerte el corazón, nos
bastaba apenas que hiciese algún tipo de ruido. No queríamos
escuchar lo que nos gritaba el silencio. Pero aún así, nos gritaba.
Pero
descuida que hoy no me pregunto cómo estarás. No me importa que la
agarres de la mano, que bebas de su pecho. No me duele que le regales
mis caricias. Ni que le digas que no fuimos verdad. Llámame
espejismo, donde antes fui paraíso y manantial, nada me importa.
Y
que sepas que, en ningún caso, duermo sobre tu almohada buscando tu
olor, que no uso para nada tu champú, ni compro aún tu marca de
café, que no me acuesto con tu pijama azul.
Quiero
que comprendas que ya nada me importa ni me importas, que no quiero
un nosotros, que estas lágrimas no son por ti ni para ti. Descuida
que este abrazo al aire tampoco es tuyo, que estas ojeras no hablan
de noches y días sin ti.
Y
vete tranquilo, vete así tan bien acompañado y no mires para atrás
que yo no te estaré mirando, que no me estaré muriendo de ausencia
con cada paso.
Y
ahora dime si todas estas mentiras te las pongo para llevar.
Texto: Santi Jiménez
Ilustración: Benjamín Lacombe
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