lunes, 11 de mayo de 2015

Silencio

Quizá el silencio sea la peor de las respuestas.
Puse todas las cosas que no nos dijimos, todo aquello que no hicimos y lo que se nos quedó por el camino en una caja. Aún tenía algunos besos guardados en los bolsillos, los saqué resignada y los incluí. Me costó mucho más deshacerme de las dudas y las promesas, la incertidumbre no cabía ya, tampoco el miedo. Apreté todo con fuerza y conseguí meter un poco de nuestro dolor, quedó acomodado entre la desilusión y la esperanza, se abrazaron fuerte, contrariadas. Dolía deshacerse de cada detalle, de cada trocito de nuestra historia. Pero los dos sabíamos que sólo eso quedaba por hacer. Cerré la caja sentándome sobre ella y me tragué la llave. No recordaba lo mucho que odio hacer maletas.
Quiso el azar que encontrase nuestras primeras cartas, no las leí intentado evitar un mal mayor, un trago amargo, pero ¿acaso era necesario? Las conocía de memoria. Todas hablaban de tiempos poderosos y altivos, cuando éramos la envidia de dioses y musas que celosos espiaban nuestros desvelos, nuestros encuentros pretendidamente furtivos. Eran tiempos en los que caminábamos por momentos sobre el agua y a ratos entre las nubes.
Y confieso que creía en ti y en esas dos palabras y en aquel par cuerpos. Creía con fe ciega en tu playa, en la sal de tus lágrimas, en tu risa dulce, en nuestros lunares, en tu pelo revuelto y en las sábanas mojadas. Creía en nuestros pronombres y en algunos posesivos. Creía en cualquier cosa que saliera de tu boca.
Eran días de primeras veces compartidas, de lluvia bajo el mismo paraguas, de tormentas divertidas y primaveras juguetonas.
Éramos tan fuertes y tan efímeros.

Ahora, todo aquello se ha escapado como un gato sigiloso y sibilino. Ahora, ya no leo tu cuello con las yemas de mis dedos. Desconozco qué vas a decir en cada momento, ya no sé la letra de nuestras canciones, he olvidado nuestra coreografía y no me veo de vuelta en tus ojos.
Algún día dejamos de contarnos los secretos al oído, los secretos se mudaron. Dejamos de comprobar si nos latía fuerte el corazón, nos bastaba apenas que hiciese algún tipo de ruido. No queríamos escuchar lo que nos gritaba el silencio. Pero aún así, nos gritaba.
Pero descuida que hoy no me pregunto cómo estarás. No me importa que la agarres de la mano, que bebas de su pecho. No me duele que le regales mis caricias. Ni que le digas que no fuimos verdad. Llámame espejismo, donde antes fui paraíso y manantial, nada me importa.
Y que sepas que, en ningún caso, duermo sobre tu almohada buscando tu olor, que no uso para nada tu champú, ni compro aún tu marca de café, que no me acuesto con tu pijama azul.
Quiero que comprendas que ya nada me importa ni me importas, que no quiero un nosotros, que estas lágrimas no son por ti ni para ti. Descuida que este abrazo al aire tampoco es tuyo, que estas ojeras no hablan de noches y días sin ti.
Y vete tranquilo, vete así tan bien acompañado y no mires para atrás que yo no te estaré mirando, que no me estaré muriendo de ausencia con cada paso.

Y ahora dime si todas estas mentiras te las pongo para llevar.
Texto: Santi Jiménez
Ilustración: Benjamín Lacombe

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