lunes, 11 de mayo de 2015

Lui è un diavolo

  • Bueno, ¿cómo estás?
Vaya, si empezamos con preguntas-trampa, yo no juego. Y así en cada consulta.
Acudes pensando: “Pero si no tengo ni ganas de hablar, si me tengo más que vista y oída, voy a ir allí pá ná”.
Ves el paquete de pañuelos en la pequeña mesa a la derecha del sofá, hay cuadros sugerentes, libros y una varilla de incienso quemándose. Lo de los pañuelos te resulta muy alentador, esperas no tener que hacer uso de ellos que para eso te has echado la máscara de pestañas a regañadientes. “Nada de llorar, nada de llorar”, te repites, pero en la breve pausa que sigue a la traicionera pregunta, sueltas el primer hipo, el primer suspiro, la primera lagrimita y el primer moquillo y ¡hala, a coger pañuelos como si no costara!
Él te mira detrás de sus gafas, entorna los ojillos, pone la cabecita de medio lado, se acomoda y te hace hablar. Como intentes preguntarle algo estás perdida porque el tío parece gallego: a tu pregunta te responde con otra o con la misma y te pone a pensar (y la que pagas al final eres tú, no te equivoques).
Tú, que estás tragando saliva y otras cosas, no crees que puedas articular palabra y entonces contraataca:
  • Venga, cuéntame, ¿cómo estás?
Y hete ahí que comienza tu incontinencia verbal, las lágrimas y los sollozos a placer, las risas, más llantos y esa simpática sensación de estar haciendo el ridículo en estado puro. A ver si va a pensar que estás de psicólogo o algo.
  • A ver, ¿qué ocurre, qué estás sintiendo?
(Fíjate, me está dando mucho gustito).Sólo a él se le ocurren estas preguntas del demonio. Casi se te agota la paciencia. “Y yo qué sé, dímelo tú”, le soltarías, pero no lo haces, se ve que aún te queda un minipunto de cordura.
Ahora que lo piensas, aquí no hay diván ni nada, con lo a gustico que estarías tú ahí tumbada, to lo larga que eres. Ah, no, que no te has depilado y no estamos para lucir pierna.
Tu mente aún está un poquito dispersa, así que te presionas un poquito que tienes 60 minutos para intentar deshacer la estupenda madeja que durante años has ido tan primorosamente tejiendo. Tic-tac, tic-tac, el tiempo pasa y sin vender una escoba.
Y de repente algo hace clic dentro de ti. Él te vuelve a mirar, cambia la cabeza de lado, abre y vuelve a entornar los ojos y se te suelta la lengua y le cuentas lo tuyo y lo de tu prima, lo que te ha pasado, lo que no, lo que has soñado y hasta tu primera papilla. Ya vas cuesta abajo y sin frenos y, si mágicamente, él de repente intenta meter baza ya eres tú misma la que no le deja.
A la que te descuidas ya han pasado 55 minutos y la vida sigue ahí fuera y tú crees que podrías quedarte allí a vivir, intentas agarrarte a ese clavo ardiendo, suplicante por que te arregle todos y cada uno de tus problemas.
  • ¡Ay! ¿Y tú qué harías?
Pero el muy ca...riñoso, te suelta con toda la cachaza del mundo:
  • Hija, no sé yo lo que voy a hacer con mi vida te voy a decir lo que hacer con la tuya.
Curiosamente, esa no es la respuesta que esperabas, pero no resulta ser tan mala no obstante y algunas pistas lleva incluidas.
Y al fin y al cabo, sales de esa consulta con algo más de paz de la que traías, dándole las gracias, un par de besos y pagando en metálico.
Lui è un diavolo.


(Por cierto, está empeñado en que tengo una ligera tendencia a ser la mami de todo lo que me rodea, pero yo creo que lo dice porque tiene hambre o sueño y vosotros, empezad ya a usar protector solar que luego pasa lo que pasa.) 
Texto: Santi Jiménez
Imagen: Benjamín Lacombe

No hay comentarios:

Publicar un comentario