- Bueno, ¿cómo estás?
Vaya,
si empezamos con preguntas-trampa, yo no juego. Y así en cada
consulta.
Acudes
pensando: “Pero si no tengo ni ganas de hablar, si me tengo más
que vista y oída, voy a ir allí pá ná”.
Ves
el paquete de pañuelos en la pequeña mesa a la derecha del sofá,
hay cuadros sugerentes, libros y una varilla de incienso quemándose.
Lo de los pañuelos te resulta muy alentador, esperas no tener que
hacer uso de ellos que para eso te has echado la máscara de pestañas
a regañadientes. “Nada de llorar, nada de llorar”, te repites,
pero en la breve pausa que sigue a la traicionera pregunta, sueltas
el primer hipo, el primer suspiro, la primera lagrimita y el primer
moquillo y ¡hala, a coger pañuelos como si no costara!
Él
te mira detrás de sus gafas, entorna los ojillos, pone la cabecita
de medio lado, se acomoda y te hace hablar. Como intentes preguntarle
algo estás perdida porque el tío parece gallego: a tu pregunta te
responde con otra o con la misma y te pone a pensar (y la que pagas
al final eres tú, no te equivoques).
Tú,
que estás tragando saliva y otras cosas, no crees que puedas
articular palabra y entonces contraataca:
- Venga, cuéntame, ¿cómo estás?
Y
hete ahí que comienza tu incontinencia verbal, las lágrimas y los
sollozos a placer, las risas, más llantos y esa simpática sensación
de estar haciendo el ridículo en estado puro. A ver si va a pensar
que estás de psicólogo o algo.
- A ver, ¿qué ocurre, qué estás sintiendo?
(Fíjate,
me está dando mucho gustito).Sólo a él se le ocurren estas
preguntas del demonio. Casi se te agota la paciencia. “Y yo qué
sé, dímelo tú”, le soltarías, pero no lo haces, se ve que aún
te queda un minipunto de cordura.
Ahora
que lo piensas, aquí no hay diván ni nada, con lo a gustico que
estarías tú ahí tumbada, to lo larga que eres. Ah, no, que no te
has depilado y no estamos para lucir pierna.
Tu
mente aún está un poquito dispersa, así que te presionas un
poquito que tienes 60 minutos para intentar deshacer la estupenda
madeja que durante años has ido tan primorosamente tejiendo.
Tic-tac, tic-tac, el tiempo pasa y sin vender una escoba.
Y
de repente algo hace clic dentro de ti. Él te vuelve a mirar, cambia
la cabeza de lado, abre y vuelve a entornar los ojos y se te suelta
la lengua y le cuentas lo tuyo y lo de tu prima, lo que te ha pasado,
lo que no, lo que has soñado y hasta tu primera papilla. Ya vas
cuesta abajo y sin frenos y, si mágicamente, él de repente intenta
meter baza ya eres tú misma la que no le deja.
A
la que te descuidas ya han pasado 55 minutos y la vida sigue ahí
fuera y tú crees que podrías quedarte allí a vivir, intentas
agarrarte a ese clavo ardiendo, suplicante por que te arregle todos y
cada uno de tus problemas.
- ¡Ay! ¿Y tú qué harías?
Pero
el muy ca...riñoso, te suelta con toda la cachaza del mundo:
- Hija, no sé yo lo que voy a hacer con mi vida te voy a decir lo que hacer con la tuya.
Curiosamente,
esa no es la respuesta que esperabas, pero no resulta ser tan mala no
obstante y algunas pistas lleva incluidas.
Y
al fin y al cabo, sales de esa consulta con algo más de paz de la
que traías, dándole las gracias, un par de besos y pagando en
metálico.
Lui
è un diavolo.
(Por
cierto, está empeñado en que tengo una ligera tendencia a ser la
mami de todo lo que me rodea, pero yo creo que lo dice porque tiene
hambre o sueño y vosotros, empezad ya a usar protector solar que
luego pasa lo que pasa.)
Texto: Santi Jiménez
Imagen: Benjamín Lacombe
No hay comentarios:
Publicar un comentario