Hoy
no puedo escribir, no quiero hablar de ti, de mí, de mí sin ti, de
ti sin mí, de nosotros sin nosotros. No quiero hablar de si la calle
está empinada o si por el contrario voy cuesta abajo y sin frenos.
No quiero hablar de la duda, la confusión, la pena, la nostalgia, la
melancolía. No quiero hablar de las épocas de cambios, de lo que
duelen e ilusionan los tránsitos. De la pereza del alma, de la
tardanza de los cuerpos. No quiero mencionar las ganancias de las
pérdidas y de que pierdes un poco cuando ganas. Hoy no me entiendo
ni yo y admito que tampoco es novedad.
Hoy
no quiero hablar de los espejismos ni de las gotas que colman el
vaso. No quiero decir si llueve o no llueve dentro o fuera, si la
primavera nos provoca alergia o si las mariposas han emigrado. No
quiero hablar de la belleza de las amapolas contra el asfalto, de su
aparente fragilidad, de la velocidad que las amenaza, ni de almendros
tempranos, blancos o malvas. No quiero hablar de cárceles cómodas y
acostumbradas ni de campos abiertos que dan terror.
No
quiero hablar del abrazo y el beso de un hijo, de un padre, de una
madre, del amor único, del único amor. No quiero hablar de promesas
que mueren antes de ser engendradas, de bailes que acaban en los
ensayos ni de libros sin regalar. No quiero hablar de castigos ni
recompensas, de efectos rebote o de tormentas que traen calma y
viceversa.
Hoy
sólo puedo contarte que he visto un ángel. Cualquiera diría que es
como tú y como yo, que camina sobre nuestros mismos zapatos, que
habla el mismo idioma, pero no, sin duda es un ángel. Y lo curioso
es que él no sabe de su condición. Desconoce además que fue
expulsado del paraíso y desposeído de sus alas. Sufre el dolor de
ambas ausencias, pero no le pone nombre. Observo que la vida le hiere
y le fascina a partes iguales. En sus ojos aceituna arrastra la
tristeza del desheredado, la mirada del que busca y no encuentra, del
que ni siquiera sabe lo que busca y mantiene la boca apretada para no
contarse la verdad. Quizá lo veas caminando a tu lado o sentado
junto a ti en el autobús. Lo puedes ver yendo a su oficina, haciendo
una fotografía o escribiendo a sus demonios, lo verás acaso
tratando de conjugar verbos y versos o buscando palabras que le
expliquen de qué va todo este dolor, toda esta alegría, todo esto
que le rodea sin pertenecerle. Y puedes verlo sí, aunque quizá él
no te vea.
Porque
él apenas se reconoce en su propio cuerpo, no sabe que tuvo otro que
le acomodaba mejor, no sabe que esa carne le es ajena y que el sexo
es sólo un daño colateral. Por eso se busca en mil cuerpos sin
éxito, se lee en mil lenguas, se mira en mil ojos y no halla
respuesta.
No
recibe los abrazos que oprimen sus alas ausentes. No se hace eco de
tus preguntas, ni alimenta tus respuestas pero tal vez se queden
resonando en su interior como círculos en el agua sobre el que
arrojaste una piedra.
Y
yo me pregunto si acaso las alas le volverán a crecer, si el cielo
lo espera de vuelta y hasta cuándo vivirá su brillo inmenso y
deslucido entre nosotros.
Texto: Santi Jiménez
Fotografía: Manuel Benet Navarro
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