lunes, 11 de mayo de 2015

El ángel

Hoy no puedo escribir, no quiero hablar de ti, de mí, de mí sin ti, de ti sin mí, de nosotros sin nosotros. No quiero hablar de si la calle está empinada o si por el contrario voy cuesta abajo y sin frenos. No quiero hablar de la duda, la confusión, la pena, la nostalgia, la melancolía. No quiero hablar de las épocas de cambios, de lo que duelen e ilusionan los tránsitos. De la pereza del alma, de la tardanza de los cuerpos. No quiero mencionar las ganancias de las pérdidas y de que pierdes un poco cuando ganas. Hoy no me entiendo ni yo y admito que tampoco es novedad.
Hoy no quiero hablar de los espejismos ni de las gotas que colman el vaso. No quiero decir si llueve o no llueve dentro o fuera, si la primavera nos provoca alergia o si las mariposas han emigrado. No quiero hablar de la belleza de las amapolas contra el asfalto, de su aparente fragilidad, de la velocidad que las amenaza, ni de almendros tempranos, blancos o malvas. No quiero hablar de cárceles cómodas y acostumbradas ni de campos abiertos que dan terror.
No quiero hablar del abrazo y el beso de un hijo, de un padre, de una madre, del amor único, del único amor. No quiero hablar de promesas que mueren antes de ser engendradas, de bailes que acaban en los ensayos ni de libros sin regalar. No quiero hablar de castigos ni recompensas, de efectos rebote o de tormentas que traen calma y viceversa.

Hoy sólo puedo contarte que he visto un ángel. Cualquiera diría que es como tú y como yo, que camina sobre nuestros mismos zapatos, que habla el mismo idioma, pero no, sin duda es un ángel. Y lo curioso es que él no sabe de su condición. Desconoce además que fue expulsado del paraíso y desposeído de sus alas. Sufre el dolor de ambas ausencias, pero no le pone nombre. Observo que la vida le hiere y le fascina a partes iguales. En sus ojos aceituna arrastra la tristeza del desheredado, la mirada del que busca y no encuentra, del que ni siquiera sabe lo que busca y mantiene la boca apretada para no contarse la verdad. Quizá lo veas caminando a tu lado o sentado junto a ti en el autobús. Lo puedes ver yendo a su oficina, haciendo una fotografía o escribiendo a sus demonios, lo verás acaso tratando de conjugar verbos y versos o buscando palabras que le expliquen de qué va todo este dolor, toda esta alegría, todo esto que le rodea sin pertenecerle. Y puedes verlo sí, aunque quizá él no te vea.
Porque él apenas se reconoce en su propio cuerpo, no sabe que tuvo otro que le acomodaba mejor, no sabe que esa carne le es ajena y que el sexo es sólo un daño colateral. Por eso se busca en mil cuerpos sin éxito, se lee en mil lenguas, se mira en mil ojos y no halla respuesta.
No recibe los abrazos que oprimen sus alas ausentes. No se hace eco de tus preguntas, ni alimenta tus respuestas pero tal vez se queden resonando en su interior como círculos en el agua sobre el que arrojaste una piedra.
Y yo me pregunto si acaso las alas le volverán a crecer, si el cielo lo espera de vuelta y hasta cuándo vivirá su brillo inmenso y deslucido entre nosotros.
Texto: Santi Jiménez
Fotografía: Manuel Benet Navarro




No hay comentarios:

Publicar un comentario