lunes, 11 de mayo de 2015

Adiós

No tengo manos, no tengo pies, no tengo boca, ni ojos, ni palabras. Toco fondo y no hago pie. Hay un cielo y yo, sin alas.
Y cómo te digo adiós sin esa boca que era mía y tú guardabas, cómo sin las palabras que tenías secuestradas. Cómo camino ahora si me escondías los zapatos, si intentaba nadar y me guardabas la ropa, si sin manos me agarrabas por el pelo y lo trenzabas a la pata de la cama. 

Te has ido y permaneces. Somos uno y uno, ahora, pero no me salen las cuentas, te has quedado con mi parte, me has robado los pares y los nones, te los he entregado sin resistencia. Yo no soy nada, no soy nadie, no me tengo y no te tengo. Y así las cosas, los guardianes no descansan, los dueños no apartan el ojo de su caballo, los amos no se jubilan, el agricultor no abandona su cosecha y el desasosiego no cede ante la paz.
Me hiciste, me hice a imagen y semejanza de tu inseguridad, fui el camaleón de tus colores, fui la horma de tu zapato cotidiano, un buen lugar donde pisar, tu descanso desasosegado, tu refugio molesto y ansiado, que me exiliaba de mí.
Es lo que pasa cuando vives en un orden enajenado y preciso, bajo la ley del más débil disfrazado de fuerte, a la fuerza, del que se alza sobre ti para ver mejor, del que alcanza altura enterrándote.
Se borraron las fronteras, las delgadas líneas se hicieron más delgadas sin separar apenas el bien del mal. Sólo tu orden, acatado, asumido y aplaudido por mí, sin rechistar.
Soy culpable y responsable, siempre lo era y aún lo soy.
Vacía de todo lo demás, me lleno y te lleno de disculpas, de atenuantes, te justifico, nos justifico, te comprendo y no me entiendo; te quiero y te acepto y con ello, me dejo de comprender, de querer y de aceptar y con ello, queda un yo sin mí.
Pero aún así, tocan a despedida y te digo adiós a dosis bajas, a gotas finas e irregulares sobre nuestro tejado, sobre nuestro techo, sobre nuestro cielo sin estrellas fugaces, sin deseos.
Hoy digo adiós a los “te quiero” blandos, a los “te amo” deshechos. Hoy digo adiós a los lobitos buenos, a los corderos degollados con piel de lobo de temporada, y viceversa.
Hoy, apenas sin voz, digo adiós a tu ropa en la silla, a tus zapatos debajo de la cama, a tu cuerpo sobre el colchón y tus potingues en el aseo. Hoy me despido con pena y sin gloria de las primeras veces, de las canciones, de las fechas, de las listas de la compra compartidas. Me despido también de los reproches, de los gritos, de las disculpas. Me deshago de los “ya no más”, “ya sabes cómo soy”, “sabes que te quiero”, de los “te lo tengo dicho”, de los “vas a tu bola”, “no pones atención”. Adiós a los “eres lo mejor y lo peor”, a los “ya ves cómo me pones”, “lo que me haces decir”, adiós a los “parece que te gusta oírme”, a los “si no me pongo así, no te enteras”. Adiós a los paraísos de cartón, a las montañas de arena, a las gotas que colman el vaso.
No quiero agarrarme a un clavo ardiendo, a la seguridad de la muerte asumida, de la renuncia en pro de “la paz”. Hoy me enfrento y de frente, doy la espalda a todo aquello, aunque aún camine a mi lado, aunque aún pese más que nuestra propia sombra.
Digo adiós porque las mariposas emigraron asustadas, porque las flores no germinan, porque es tiempo de sequía y es hora de volar en solitario, de buscar plumas nuevas y colocarlas amorosamente sobre la espalda.
Digo adiós con la boca pequeña y te llamo y te busco con el resto. No sabemos de despedidas, aunque hace siglos que no nos tenemos.
Texto: Santi Jiménez
Ilustración: Paula Bonet



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