Fuera
llueve, no ha dejado de hacerlo en toda la noche. La lluvia me
entristece, es como si lavase mi alma dejándola gris, se me nota la
lluvia en los ojos, en el pelo, en la piel, en las ojeras.
Fuera
llueve y dentro, mi corazón son mil pedazos, mi corazón es arena,
arena del desierto, no de playa.
Fuera
llueve y el agua entra por los cristales y la casa está llena de
goteras. Los corazones han cogido frío y este techo ya no nos
abriga.
Fuera
llueve y el viaje es largo e incierto y también necesario.
Palabras
que acaban, momentos que se hacen pasado, vidas que se separan y
entrelazan eternamente.
Y
si me fijo, sé que dentro llueve más que fuera, que quizá el
refugio está al otro lado de la puerta, que las paredes asfixian y
aprietan y que tú y yo ya no somos la respuesta.
Los
porqués insisten y sobran a un tiempo. Los porqués duelen y
alivian. Fuimos redondos y nos dejamos rodar inconscientes, colocamos
las brújulas junto a imanes y quedamos adheridos sin remedio y
desorientados y no cuerdos.
Dentro
llueve con fuerza y el agua saca fuera todo lo que ya no nos
pertenece.
Así
que hoy escribo para mí, desde mí, aunque me leas tú o tú o tú.
Hoy escribo para que nadie me lea, hoy me vuelco y me revuelco en las
palabras, como bálsamo. Y no sé si tendré tiritas de este tamaño,
probablemente no, pero igualmente sanaré al aire.
Hoy
no pienso en otros ojos cayendo sobre mis letras. Hoy, las palabras
sólo brotan, quieren sanar, pero escuecen y si escuece es porque
curan, me decían.
Y
la vida se hace la muerta, pero a mí no me engaña. La vida se hace
la dura, pero a mí no me convence. La vida sobreactúa burlona. Mas
yo sé de qué va esto de andar, sé que hay que poner un pie en el
suelo y luego el otro y continuar con el primero y de nuevo vuelta
con el otro. Y así hasta perder la cuenta o las fuerzas y así hasta
renovarlas. Nunca dejes de caminar y de cuando en cuando, descansa y
disfruta del paisaje. Y ya lo sabes, el paisaje a veces son personas;
a veces, alimento; a veces, la nada.
Y
no olvides además, caminar por el cielo, ni descuides tus alas, ni
cercenes las ajenas.
Hoy
sé que no es sano acostumbrarse al miedo ni evitar el conflicto. Que
no se puede amar por encima de nuestro cadáver. Hoy sé que no
conviene ahogarse, que el silencio no es respuesta certera. Que el
mutismo arrancará tarde o temprano palabras tristes, reproches,
despedidas.
Y
sucede que te quiero y te dejo de querer, que te echo de menos y te
echo de más. Sucede que me quieres y me dejas de querer. Sucede que
me echas y me alejas, aunque sea yo quien te diga adiós.
Así
que voy a ponerme mis botas rojas de agua, esas que nunca me compré,
las que nunca me atreví a calzar y voy a salir a la calle, a pesar
del frío y de la lluvia y voy buscar todos los charcos y a saltar
sobre ellos hasta vaciarlos, salpicando las nubes, los recuerdos, los
sueños, los coches, las rosas, las espinas.
Y
sí, me voy a llenar de barro hasta brillar.
Texto e imagen: Santi Jiménez
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