Desde
que saben que escribo para el periódico, muchos conocidos -y algún
que otro desconocido- me piden que lea sus escritos y, a ser posible,
les dé mi opinión justificando detalladamente mi respuesta (Es
admirable lo insaciables que pueden llegar a ser si los comentarios
son positivos).
Sin
ir más lejos el otro día mientras tomábamos nuestro sagrado café
en Gelato, esperando se cumpliese la hora de recoger a nuestros
cachorros del cole, una amiga sacó de su bolso un folio doblado
escrupulosamente y me lo puso suplicante entre las manos. Cogí las
gafas de académica de la RAE y me dispuse a leerlo. Lo hice en voz
alta para que pudiesen oírlo también las otras mamis que nos
acompañaban. El relato comenzaba a modo de epístola:
“Querida
amiga:
Hoy
es uno de esos días en los que no quiero ser yo. Uno de esos días
en los que cada vez que salto caigo en un charco. Y pensar que antes
me encantaba saltar sobre los charcos, ponerme unas botas rojas y
brillantes y darlo todo. Recuerdo que lo hacía incluso descalza.,
pero ahora, me incomoda sobremanera y sólo siento su humedad y su
inmundicia.
Ojalá
pudiera cambiarme, como quien cambia de traje. Odio la persona en la
que me he convertido, odio cada detalle que me compone. Odio, por
ejemplo, estos labios que siguen sonriendo y besando desde el vacío,
estos ojos tristes, tan estúpidos que en el fondo siguen tejiendo
sueños, tan ciegos que aún vislumbran la esperanza. No sé, a
veces me imagino desmontándome pieza a pieza y reconstruyéndome con
materiales nuevos e imposibles. Otras, me imagino desapareciendo, no
te lo voy a negar. A ti no podría engañarte.
Soy
consciente de que no hago más que cerrarme puertas en las narices y
si por casualidad, consigo abrir alguna es para que me desborde lo
que hay en su interior, como un alud, taponando cualquier salida.
¿Sabes?,
me he especializado en soñar con pozos. Curiosamente, son siempre
sueños idénticos. Comienzo escuchando el pisar de unas hojas secas
y en seguida, comprendo que lo que oigo no es otra cosa que mis
propios pasos. Está todo muy oscuro y yo ando con paso precavido;
eso impide que me caiga cuando noto que falta tierra debajo de uno de
mis pies. Ahí está, es un pozo. Me asomo, pero sólo acierto a ver
oscuridad. Sin embargo, sé que hay alguien dentro, alguien agazapado
y herido y sé que esa persona soy yo misma, temiendo y necesitando
ser rescatada. Creo que esos pozos los cavo de día.
Por
eso, últimamente he dejado de escribir, porque quiero mantener mis
demonios a raya. No quiero seguir cavando pozos. Sé que si lo hago,
si vuelvo a escribir, sólo saldrán palabras envenenadas y tristes
de mi puño, sé que sólo escupiré dolor. Y también sé que si
dejo de hacerlo probablemente ya estaré muerta.
Seguramente
te estoy pidiendo auxilio, querida. Me temo estoy rogando que me
salves. Pero, ¿cómo podrías hacerlo si soy yo mi mayor enemiga?
Recuerdo
que antes me era fácil saber lo que quería. Solía ir y tomarlo. La
vida para mí era un puesto de chuches y yo disfrutaba del banquete
como una niña consentida. Amo a aquella niña. ¿Quién la obligaría
a crecer? ¿Dónde olvidaría sus fuerzas?
Tuya
siempre, Ana”
***
En
este punto el texto cambiaba de tipografía así que yo hago lo
propio y continúo con una voz distinta y entrecortada, pues
entiendo que habla otra persona:
“No
puedo controlar las lágrimas mientras termino de leer las últimas
líneas. Sé que es absurdo pensar que este hallazgo sea un mal
presagio. No me puede ir mejor: el nuevo trabajo me encanta y esta
casa me ha enamorado desde el primer día, con ese aire de casona
inglesa tan encantador. Confieso que he tardado tres días en decidir
si era ético o no leer esta carta, una carta que no va destinada a
mí y que el azar olvidó en el fondo del viejo buzón de mi nueva
casa, por mucho que, probablemente, destinataria y remitente lleven
más de una década en mejor vida. Al final, la curiosidad me ha
vencido y he acabado leyéndola. Ahora siento, que de alguna forma,
en algún lugar, mis lágrimas han abrazado a otra alma.”
Fin
Doy
un sorbito al café, miro a mis mudas contertulias y sus ojitos
vidriosos y suelto mi veredicto en forma de sonora carcajada.
Inmediatamente, pido perdón y justifico mi respuesta:
-Perdonad
es que me ha resultado muy cachonda la idea de que hoy día alguien
compre una casa y además, tenga un nuevo trabajo. Supongo que los
hechos se desarrollan en un país multicolor, ¿no?
Texto e imagen: Santi Jiménez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario