No
sé porqué, últimamente, el mundo insiste en enviarme señales
que apuntan todas en la misma dirección: MI EDAD. Yo creo que ya he
dicho alto y claro, que me siento libre, happy y cómoda en mi
mullidita y nívea piel. Que si me va a suponer algún esfuercito o
mucha pasta, pues “Virgencita, Virgencita, que me quede como
estoy”.
A
ver, si yo ya tengo to el pescao vendío, oiga. Mi gente me ama tal
cual. Yo amo a mi gente y mi ser, en sí mismo, tampoco es que sea
ningún atentado contra la humanidad ni un escándalo público de
primer orden.
Pues
nada, el enemigo, erre que erre, insistiendo en mejorar mi exterior
o, al menos, en re-montarme en el patinete de Michael J. Fox al
pasado, con lo que yo me mareo, pó Dió.
Hay
ciertos tabús no escritos (bueno, probablemente, lo estén, los
habré leído incluso e ipso facto los habré olvidado, que los años
no pasan en balde, hijos míos…), pactos que, en la mayoría de los
casos, se suelen respetar. Veamos algunos ejemplillos: preguntar la
edad, los kilos, las creencias políticas o religiosas, la talla de
sujetador, de preserv…, y otros asuntos similares. Mas nadie nos
libra de ese lince ibérico, sin filtro alguno, que te espeta
semejantes lindezas cuando menos te lo esperas.
Supón
que te encuentras en tu mejor momento, justo en la cresta de la ola,
pues ese preciso instante es el que suelen elegir estos elementos tan
elementales para su estelar intervención. Y entonces, es como:” ¡
guan, guaan, guaaan, guaaaan, ha perdido usted el cooocheeeee!”
Así, así debían sentirse esos desconsolados concursantes del 1, 2,
3 al escuchar esas palabritas de boca de la dicharachera Mayra Gómez
Kemp.
Conste
que yo tengo bastantes tragaderas. Prácticamente, se me puede
preguntar casi cualquier cosa. A ver, quizá me moleste un pelín que
curioseen sobre mi peso. Dicho sea de paso, que peso poquitísimo…
(¿estoy cruzando los deditos tras la espalda?, será un tic).De
todos modos, ¡para qué querrán saberlo!, ¿será para darme mi
peso en oro?, ¿tal vez para cambiarme por camellos?, ¿quizá para
reforzar las sillas de la terraza?, ¿a lo mejor es para ver si me
dejan alquilar el dichoso patinete playero?… No sé, es todo
tan…misterioso, por decir algo.
Como
reza el título, las señales no cesan, por más que yo intente
hacerme la sorda. Sin embargo, he observado que no soy rara avis y a
mi edad (una cuarentañera en toda regla) es bastante frecuente
andar algo desorientado a este respecto. Nuestra imagen mental, la
emocional, la que reflejamos en el espejo y la que perciben los demás
pueden estar librando auténticas batallas campales; incluso, hablar
idiomas diferentes, o por el contrario, formar un coro perfecto (esto
último, es sólo un rumor).
Toca
confesión: a estas alturas del partido, me siento mmm… bien, algo
inmadura, pero me quiero, me acepto, no me importan mis años, sí,
creo que es cierto. No estoy ni bien ni mal conservada, ni en lata ni
al vacío, al contrario, doy bastante la lata y me siento bastante
llena. No me va mucho la marcha loca, pero puedo aguantar con
soltura, si la ocasión lo merece.
Por
otra parte, soy consciente de que una cosa es lo que yo creo-veo y
otra diferente, lo que el mundo mundial percibe de mi persona y yo,
por supuesto, como espectadora que soy a un tiempo, no estoy libre de
hacer lo mismo con todos ustedes vosotros.
Como
muestra, un botón: habréis tenido una de esas mañanas en que te
despiertas con el “joven subío”, te vuelves a sentir sin más
aquella chica del instituto, te pones tus vaqueros desgastados y tu
camiseta con lema subversivo, una buena coleta y tu gorrita para
atrás. A la que sales, te encuentras aquel compañerete de pupitre y
“¡OMG! ¡Pero, qué le ha pasado!, ¡menudas entradas!, ¡qué
tripita!, ¡madre mía, con lo bueno que estaba!” Y hasta lloras
por dentro.
¿Que
qué le ha pasado?: La vida, querida, la vida. Adivinas qué habrá
pensado él de ti. Efectivamente, que tú estás igualita que
entonces.
A
veces estando con mi mami, me siento una niña de nuevo, me dice: “A
tu edad (¡qué mona!, me ve como una cría) no sabes todo lo que
llevaba yo p’alante”. Y me lo cuenta y a mí me entra como
flojera hasta de oírlo y entonces, me digo: “pero ¡qué cría ni
qué leches, si yo lo que estoy hecha es una auténtica pena!”.
Como
os decía: en ocasiones, oigo voces que insisten en que ya tengo una
edad.
Sin
ir más lejos, el otro día, me calzo mis deportivas y mis mejores
intenciones: “mens sana in corpore sano, Santi”, me propongo.
Llevo unos 300 metros y continúo lúcida, cruzo un parque, observo
que a unos niños se les escapa la pelota y pienso: “se la voy a
devolver a lo Sergio Ramos”, cuando les escucho: “¡Cuidado con
la vieja!”. Ejem, vuelta a casa, cari, esto haciendo sillonball no
nos pasa. En fin, corramos un tupido velo de esos de Sarita Montiel.
Recientemente,
hube de acompañar a mi padre a un evento en el Real Casino de
Murcia. Mi madre declinó la invitación y me tocó ejercer de
acompañante femenina. Allí recibí otra hermosa señal, esta vez de
dimensiones colosales y de fluorescente neón. A punto estuve de
desempolvar los adornos de mi arbolito de navidad y colocarme hasta
la estrella anunciadora para codearme con la crème de la crème de
la société murciana. Suerte que, una vez más, mi cuñada vino al
rescate: “Sobriedad, menos es más” y quedé de diez, que mi
abuela en gloria esté.
El
caso es que, estando departiendo en semejante entorno, se nos acercó
un tiburón de las finanzas. El tiburón iba disfrazado como tal:
impecablemente trajeado, pelo largo engominado hacia atrás, blancos
dientes afilados, sortijón, reloj y gemelos de oro; con aire
satisfecho se dirige a mi padre y le pregunta: “¿Su señora?”.
En ese momento, mi ego viajó con Verne al centro de la tierra, hasta
que vi a la rubia que le lanzaba un besito desde el otro extremo de
la sala, observé que podía ser no ya su hija sino la mía y que,
para hacer el trayecto que iba de su tobillo hasta su cintura, había
que coger el ascensor. Me dio la risa tonta y, por qué no decirlo,
aliviada y le envié un whatsapp a mi padre (cierto que lo tenía a
un centímetro de distancia) apenas sin maldad: “jejeje, hamor
berdadero ^-^”.
¿Nos
leemos la semana que viene? Buen día.
Imagen y texto: Santi Jiménez.
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