martes, 30 de diciembre de 2014

El autobús


Me encanta ir en autobús, me relaja. A veces tomo uno cualquiera sin rumbo ni destino y me dejo envolver por el traqueteo. Me place apoyarme en el cristal y ver pasar la ciudad como pequeñas postalitas, ahora navideñas. Otras, aprovecho para leer ese libro al que le tengo ganas y la rutina de a pie no me deja hincar el diente. Ése es mi pequeño momento, cuando el autobús se convierte en burbuja. Me fascina el repertorio de personajes que lo van ocupando, como un continuo desfile de almas. Acostumbro incluso, a inventar historias sobre ellos, a imaginar sus vidas.
Me gusta viajar en silencio, pero puedo escuchar si se brinda la ocasión. Tengo la teoría de que la gente que se dirige a ti en el autobús no necesita mucha réplica, sino más bien que la escuches. A mí me han contado de todo, historias para todos los gustos y colores. Algunas se han transformado en canciones o poemas, otras, en cuadros. La última me la contó un señor el pasado martes. Se situó frente a mí señalando el asiento vacío de mi lado y me preguntó si estaba ocupado. A pesar de la obviedad y de mi urgencia por leer mi libro, procuré no poner los ojos en blanco ni nada como una buena chica y negué educadamente con una sonrisa.
En cuanto se sienta, me mira de reojo con toda la pinta de querer hablar (Adiós libro).
  • Estoy huyendo- me dice.
  • ¿Y quién no?- le respondo con tono filosófico creyendo que bromeaba.
  • Estoy huyendo de la soledad.
  • Claro, como todos.- Me resigno, confirmado: no voy a poder leer ni una sola línea.
  • ¿Sabes por qué monto en autobús? Para no estar sólo. Antes no me he explicado. Hace tiempo que nunca estoy solo. Aunque no haya nadie más.
Me estaba entrando un poco de miedito, pero me esforcé por seguirle la conversación y ver cómo acababa la cosa.
- ¿Y desde cuándo le ocurre tal cosa?
El hombre continuó absorto por donde lo había dejado:
-Desde el primer momento supe que no estaba solo. Noté su aliento en mi nuca nada más cruzar el umbral y el eco de unos pasos tras los míos al cerrar la puerta. Al principio intenté desechar estos sentimientos y convencerme de que todo se debía al estrés y los nervios causados por el viaje y los últimos acontecimientos. Me dispuse a colocar diligentemente todas mis pertenencias, ya sabes, buscarles un hogar en su nueva casa. Deseaba acabar cuanto antes con el desembalaje, darme un baño y ordenar mis sentimientos en brazos Morpheo.
Necesitaba mantenerme ocupado e intentar adormecer esa sensación de ser vigilado. La verdad es que el crujir de la madera tras de mí no facilitaba la tarea, por suerte siempre viajo con mis hierbas y me preparé una tila para calmarme un poco. Regresé a la habitación y el hecho de que las prendas que había dejado de cualquier manera sobre la cama estuviesen perfectamente ordenadas en el armario deshizo por completo el trabajo de la tila. Hasta hoy no ha habido un sólo día en que no me sobresalte un objeto mudado de lugar, un canal de televisión que cambia como por arte de magia y, cuando llega la noche es aún peor, sé que alguien comparte mi cama.
  • ¿Y puedo saber por qué se cambió de residencia?
  • Bueno, fue muy duro perder a mi mujer, hemos compartido toda una vida, desde niños y creí que me vendría bien un cambio de aires.

El hombre me miró con ojos vidriosos y creo que no faltó un solo vello que no se me pusiera en pie. Comprendí que, en efecto, hay amores más allá de la muerte y que esa presencia angustiosa no era otra que su mujer, ese incomprendido ángel de la guarda, que estaba ansioso por que él la reconociese y no pasar su primera Navidad separados.

Texto e imagen: Santi Jiménez

sábado, 20 de diciembre de 2014

Ana

Desde que saben que escribo para el periódico, muchos conocidos -y algún que otro desconocido- me piden que lea sus escritos y, a ser posible, les dé mi opinión justificando detalladamente mi respuesta (Es admirable lo insaciables que pueden llegar a ser si los comentarios son positivos).

Sin ir más lejos el otro día mientras tomábamos nuestro sagrado café en Gelato, esperando se cumpliese la hora de recoger a nuestros cachorros del cole, una amiga sacó de su bolso un folio doblado escrupulosamente y me lo puso suplicante entre las manos. Cogí las gafas de académica de la RAE y me dispuse a leerlo. Lo hice en voz alta para que pudiesen oírlo también las otras mamis que nos acompañaban. El relato comenzaba a modo de epístola:
Querida amiga:
Hoy es uno de esos días en los que no quiero ser yo. Uno de esos días en los que cada vez que salto caigo en un charco. Y pensar que antes me encantaba saltar sobre los charcos, ponerme unas botas rojas y brillantes y darlo todo. Recuerdo que lo hacía incluso descalza., pero ahora, me incomoda sobremanera y sólo siento su humedad y su inmundicia.
Ojalá pudiera cambiarme, como quien cambia de traje. Odio la persona en la que me he convertido, odio cada detalle que me compone. Odio, por ejemplo, estos labios que siguen sonriendo y besando desde el vacío, estos ojos tristes, tan estúpidos que en el fondo siguen tejiendo sueños, tan ciegos que aún vislumbran la esperanza. No sé, a veces me imagino desmontándome pieza a pieza y reconstruyéndome con materiales nuevos e imposibles. Otras, me imagino desapareciendo, no te lo voy a negar. A ti no podría engañarte.
Soy consciente de que no hago más que cerrarme puertas en las narices y si por casualidad, consigo abrir alguna es para que me desborde lo que hay en su interior, como un alud, taponando cualquier salida.
¿Sabes?, me he especializado en soñar con pozos. Curiosamente, son siempre sueños idénticos. Comienzo escuchando el pisar de unas hojas secas y en seguida, comprendo que lo que oigo no es otra cosa que mis propios pasos. Está todo muy oscuro y yo ando con paso precavido; eso impide que me caiga cuando noto que falta tierra debajo de uno de mis pies. Ahí está, es un pozo. Me asomo, pero sólo acierto a ver oscuridad. Sin embargo, sé que hay alguien dentro, alguien agazapado y herido y sé que esa persona soy yo misma, temiendo y necesitando ser rescatada. Creo que esos pozos los cavo de día.
Por eso, últimamente he dejado de escribir, porque quiero mantener mis demonios a raya. No quiero seguir cavando pozos. Sé que si lo hago, si vuelvo a escribir, sólo saldrán palabras envenenadas y tristes de mi puño, sé que sólo escupiré dolor. Y también sé que si dejo de hacerlo probablemente ya estaré muerta.
Seguramente te estoy pidiendo auxilio, querida. Me temo estoy rogando que me salves. Pero, ¿cómo podrías hacerlo si soy yo mi mayor enemiga?
Recuerdo que antes me era fácil saber lo que quería. Solía ir y tomarlo. La vida para mí era un puesto de chuches y yo disfrutaba del banquete como una niña consentida. Amo a aquella niña. ¿Quién la obligaría a crecer? ¿Dónde olvidaría sus fuerzas?
Tuya siempre, Ana”
***
En este punto el texto cambiaba de tipografía así que yo hago lo propio y continúo con una voz distinta y entrecortada, pues entiendo que habla otra persona:



No puedo controlar las lágrimas mientras termino de leer las últimas líneas. Sé que es absurdo pensar que este hallazgo sea un mal presagio. No me puede ir mejor: el nuevo trabajo me encanta y esta casa me ha enamorado desde el primer día, con ese aire de casona inglesa tan encantador. Confieso que he tardado tres días en decidir si era ético o no leer esta carta, una carta que no va destinada a mí y que el azar olvidó en el fondo del viejo buzón de mi nueva casa, por mucho que, probablemente, destinataria y remitente lleven más de una década en mejor vida. Al final, la curiosidad me ha vencido y he acabado leyéndola. Ahora siento, que de alguna forma, en algún lugar, mis lágrimas han abrazado a otra alma.”
Fin
Doy un sorbito al café, miro a mis mudas contertulias y sus ojitos vidriosos y suelto mi veredicto en forma de sonora carcajada. Inmediatamente, pido perdón y justifico mi respuesta:
-Perdonad es que me ha resultado muy cachonda la idea de que hoy día alguien compre una casa y además, tenga un nuevo trabajo. Supongo que los hechos se desarrollan en un país multicolor, ¿no?

Texto e imagen: Santi Jiménez.


viernes, 12 de diciembre de 2014

¡Socorro, qué alegría, ya llega la Navidad!


¿Eres de los que siente “un gozo en el alma grande” en estas fechas o de los que planea su propia catalepsia hasta el próximo ocho de enero?
¿Eres de los que se deja empapar hasta la médula con el alegre tintineo de los villancicos o de los que pegaría un volantazo a la tercera canción del CD?
¿Eres de los que vibra con las luces navideñas o de los que no puede evitar pensar en el ahorro que supondría el apagón y la energía que te chupan esas luminosas criaturas?
¿Decoras con esmero e ilusión tu dulce hogar o guardas el arbolito ya adornado desde el año anterior para ahorrarte ese mal trago?
¿Acudes a las comidas de empresa y fiestas de guardar con gorrito de Papá Noel y un detallito para cada uno o eres capaz de escayolarte ambas piernas para evitarlas?
¿Eres de los que cree en los Reyes Magos o de los que ha descubierto recientemente que son don Felipe VI y doña Letizia?
Seas como seas, te invito a que realices el siguiente ejercicio: Sal a la calle y felicita la Navidad a todo el que te encuentres al son de un fuerte abrazo. Yo ya lo he probado y os diré lo que he sacado en claro: tres euros, dos palmadas en el culo y cuatro miradas recelosas, mientras se agarraban fuertemente la cartera y el móvil. Tan sólo dos personas me han devuelto el abrazo y la felicitación (con esto me refiero a que me han invitado a metérmelos por semejante sitio).
¿Pero qué nos está pasando? ¿Cuándo nos bajamos del trineo en marcha? ¿Cuándo empezamos a pensar en otra cosa si hablamos de camellos? ¿Acaso no os estremecéis ante la fascinada mirada de vuestros hijos cuando descubren los regalos? ¿Tal vez no os emociona su letra infantil cuando escriben la carta? ¿No os sacan la sonrisa cuando se piden lo más caro para Reyes porque como son mágicos? ¿No os invade la ternura cuando les quitáis las pepitas a sus uvas?

En estas reflexiones me hallaba sumergida cuando escuché el inquietante villancico “Los peces en el río”, como por primera vez. No entendiendo muy bien la relación entre que los peces beban en el río y el hecho de que vean a Dios. A lo mejor ellos tampoco y por eso beben y beben y vuelven a beber, así hasta conseguirlo. Y ¿qué pasa aquí, todo el mundo de fiesta y la pobre Virgen recién parida lavando y tendiendo?,pero ¡qué despropósito es éste! ¿Y qué no llevarán los pañales del Niñito para que florezca el romero? Vale, a medida que avanza la alegre cantinela la cosa no mejora mucho, nos enteramos que la Buena Madre se peina entre cortina y cortina... ¿Un pesebre con cortinas, en serio? ¿Y por qué no alquilaron un lugar mejor si tenía los cabellos de oro y el peine de plata fina? Por ellos sin duda les hubiesen dado un buen pico.

Y llegados a este punto, entiendo que hay momentos, personas, lugares, sentimientos que nos invitan a que cerremos un poquito la cabeza y abramos bien grande el corazón, para así saborearlos con claridad. ¡Feliz Navidad!

sábado, 6 de diciembre de 2014

Black Thursday

Queridos míos:
Creo que hablo por boca de todos si os digo que estáis fatal y que la vida se os está yendo un poquito de las manos (De nada). No tengo más que chequear mi Whatsapp para saber qué se cuece ahí fuera y francamente, compañeros, yo no me lo comería.
A ver, voy a hacer un repaso así, a bote pronto, con vosotros de cuerpo presente (es un decir), para que veáis que no hay ni trampa ni cartón y que no me falta razón.
Abrimos la sonada aplicación y aquí lo tenemos, la primera en la frente. Tengo como 300 fotos del “Pequeño Nicolás”, en todos y cada uno de mis grupos de whatsapp. ¿Os parece normal? Miradlo, con su flequillo pepero, sus ondas, esa boquita de piñón, esa sonrisa enseñando encía. ¡Qué mono! ¿Verdad? Aparece el tío posando satisfecho con diferentes personalidades, cual “Mocito Feliz”, aunque los compañeros de foto manifiestan que no lo han visto en su vida; eso es porque en el momento de la foto estaban mirando al pajarito, como tiene que ser.
¡Vaya, qué simpática mi amiga Pilar! , ha hecho un fotomontaje con una foto de mi boda y ahora estoy casada con el pequeñín del “material sensible”. Me pregunto si será ese material sensible el que le ha abierto tantas puertas y puestos. Bueno, ya lo comprobaré en la noche de bodas y os lo cuento, supuestamente.
Sigamos con el repaso. ¡Ajá!, no podía ser de otra manera, 450 referencias a la Pantoja y su reciente entrada en prisión. En una imagen aparece formando un coro rociero, se ve a todas las presas de faralaes; en otra imagen -¡qué cariñosos!- la sacan afeitándose y, en otra, parece que se le ha caído el jabón en la ducha a una de sus compañeras y la tonadillera se relame. ¡Ya estamos, cómo sois! En la siguiente instantánea le han plantado un par de tatuajes: en uno pone “Amor de Madre” y en el otro han sacado un cachito de Paquirrín, lo que les cabía en el brazo de la Maribel.

Mirad qué casualidad, mi hermano me acaba de enviar un chistecillo en el que Julián Muñoz ha saltado la tapia para decirle eso de “Gitana, ¿tú me quieres?” a la pobre. ¡Cuánta maldad, le han puesto el mismo bigote a ambos! De verdad, ¡qué intensitos! Y si enchufamos la tele, veréis lo que pasa. Pongamos por ejemplo, “El Programa de AR”. Voilá! Ahí están, con la Panto en tó lo alto. Que si le han dado una paliza que ha resultado no ser paliza (para paliza la que llevan años dándonos con el juicio, las galas y las pantojadas varias), que si trato de favor (dicen que le dan más cuchillas que al resto), que si les ha “cantado” las cuarenta a todos, que si han incorporado el pollo a La Pantoja en el menú carcelario en su honor, que si los hijos no han ido a verla (como si fuera tan fácil dejar de pinchar discos o de hacer declaraciones para ir a ver a la encarcelada madre, así tan a la ligera). Me da una pereza importante. Ahora nos están presentado a todas las ex-presidiarias de su cárcel nueva y saben todas cómo le debe estar yendo a la recién llegada. Y claro, de preso a preso y tiro porque me como un queso. No podían olvidarse del matador de toros, parece que no se adapta tan bien como la cantante, va a ser que ya no está “tan a gustiiitoooo”. Ahora se preocupan por si se comerá el turrón en casa o no... ¡Ah!, se han acordado de la Infanta, que si estará en capilla, haciendo la maleta, que si la dejarán llevarse una pelota de balonmano para jugar en el patio, dice el otro...
Digo yo que podían ponerlos a todos en el mismo penitenciario: los Bárcenas, los Fabra, etc. para ahorrar en personal y medios, que tenemos los reporteros desperdigados por toda la geografía española a la puerta de cada trullo.
Si seguimos el repaso, la cosa no mejora mucho, pasamos de las “black cards” al “black friday” (oh, my good, América is here!), de Podemos, también en su versión con J, a PPSOE, a casta, a un Monago de monaguillo viajando a Canarias para sacarle brillo al plátano, bárbaros disfrazados de hinchas...
¡Socorro!
¿Estáis o no estáis fatal?
Pues eso. Hasta la semana que viene, si acaso.
P.D: La noticia que estábamos esperando como santo advenimiento se producía el lunes alejada de las cámaras: vis a vis de la Pantoja con todos los Pantojitos.


domingo, 30 de noviembre de 2014

La carta

Tú, tan mesurado y controlado como siempre, mantuviste en todo momento la compostura. No derramaste ni una sola lágrima, asegurándome que era lo mejor para los dos. Luego supe que ese par no me incluía.
Yo grité, lloré y maldije en todas las lenguas existentes, muertas e imaginarias. Me arrastré, te abracé y supliqué mientras recogías pausado tus bienes más preciados. Tu abrecartas, tus libros y tus cds fueron tu prioridad, por encima de la ropa o de alguna foto. Yo, tan ilusa como de costumbre, mantuve la esperanza, hasta que cerraste tras de ti, de que te llevases nuestra foto del viaje a Roma. Lo sé, sería un contrasentido. Recuerdo cuánto me dolió que olvidases despedirte. Al principio, me ilusioné al interpretar que quizá se trababa de una pausa temporal, pero después comprendí que en realidad, donde quiera que fueses, ya no me necesitabas.
Me dijiste que volverías a por el resto de cosas otro día y que procurara no estar por allí. Planeé introducir entre tus bártulos algún objeto mío, mi aroma, mi vida o alguno de mis regalos, con la esperanza de atraparte un poco, de marcarte, pero finalmente, no me atreví.
Comencé a repasar la lista de fallos buscando el principio del fin, anhelando una marcha atrás. Me culpé por mis despistes constantes, por mis chistes malos, por no saber hacerte la carne al punto como a ti te gusta, por mis frecuentes dolores de cabeza, por mi manía de besarte y abrazarte incluso dormido interrumpiendo con esto tu delicado sueño. Luego, me invadió la rabia y te odié fuerte, con todas mis ganas y, tan falsamente, que en seguida se volvió contra mí.
Me pediste que pensara qué quería conservar yo realmente y que intentara ser lo más justa posible en el reparto de los objetos comunes. A mí sólo se me antojaban cosas tuyas. No quería nada que me hubiese pertenecido mientras fui tan feliz, te lo podías llevar absolutamente todo, sobre todo a mí.
Desoyendo todos los consejos quemé tu móvil con llamadas perdidas, saturé tu bandeja de entrada y te dejé 3000 mensajes de voz; una voz fingidamente alegre unas veces, entrecortada por los sollozos otras, suplicante, airada, entregada, desafiante, cortante y nuevamente entregada. Y vuelta a empezar.
Como era de esperar no contestaste ni una sola de mis señales de humo. Hasta que una voz me indicó que el usuario había cambiado de número y el correo me devolvió un “Failure Notice”. Aún así no me di por vencida, investigué un poco y te escribí una carta a tu nueva dirección postal. Me convencí de que no te habías marchado, que sólo habías emprendido un pequeño viaje de negocios. Por qué no, últimamente te surgían con frecuencia. La carta decía así:
Querido mío:
Espero que estés bien y que hayas llegado intacto a tu destino. Llevo una semana sin ir a trabajar, no sé si es gripe o qué, pero no estoy muy allá. El gato te extraña como nunca, se acuesta en tu lado del sofá, en tu lado de la cama, está triste y ya no ronronea. Te envía saludos.
Estoy algo preocupada pues me dio la sensación de que te marchaste algo molesto, apenas sin despedirte. Seguro que he hecho algo mal y estoy dispuestísima a arreglarlo. Ten fe en mí, sólo tienes que decirme qué esperas exactamente y lo haré. Te prometo ser perfecta, te prometo hacer cualquier cosa, te prometo no ser yo. Te prometo no volver a llorar si tú estás de buen humor y no contarte ni un solo chiste si estás enfadado. Prometo igualmente respetar tus silencios, tu mal-despertar. Te regalo mi taza del desayuno, si la quieres es toda tuya. Recuerdo que al principio era la que más te gustaba y yo me tuve que empeñar en quedármela.
Quiero que sepas que no he olvidado regar tus apreciadas plantas ni un sólo día desde que te tuviste que ir, incluso estoy aprendiendo a quererlas. He limpiado meticulosamente tu mesa del despacho sin mover ni un sólo objeto. Estoy viendo tus programas preferidos y he apuntado varias cuestiones para que las debatamos en cuanto vuelvas. Tampoco te preocupes por esos kilitos que tanto te molestaban, estoy sin probar bocado unos cuantos días y la verdad, sin ningún esfuerzo. Ya no tendrás que avergonzarte de mí en ninguna convención, con decirte que entro perfectamente en el vestido de nuestra primera cita.
Cuídate mucho, estoy deseando que vuelvas, te extraño, te sueño, te quiero.
Siempre tuya.
XXX.”

Al cabo de una semana, llamaron a nuestra puerta, pusieron en mi mano la carta aún sin abrir.

Era una mujer de mediana edad, era tu “lo mejor para los dos”, era Ella y olía a ti. 

lunes, 24 de noviembre de 2014

50 centímetros y 3000 gramos.

Fíjate qué tontería, te vas a reír. Esta mañana mientras dormías me he sentado en tu cama para mirarte, como solía y al verte tan grande, tan tuya, tan ajena en tus propios sueños, he echado de menos tantas cosas. Las he buscado por todas partes, incluso bajo tu cama. Y ni rastro.

Dónde habré puesto aquellos jueves de cuento en los que tú leías las páginas pares y yo las impares. Dónde estará ahora la historia nocturna siempre inventada donde pedías ser dragona, unicornio o delfín, nunca princesa. Dónde andarán nuestras confidencias entre susurros. Y cuándo habré perdido mi preciado don para calentarte las manos y los pies como nadie y aquel encanto para que me pidas que me quede un poquito más, que no me vaya nunca de tu lado.
Por dónde andará nuestro insaciable veo-veo y con quién jugará ahora. Qué será de nuestros abrazos “chillaos” y tus
"te quiero más que a nadie". ¿Se sentirán tan tristes como yo?
Y entiendo que así sea, pero cómo le explico yo a mi piel que aquellos 50 centímetros y 3.000 gramos que llenaban mi regazo despliegan ya sus alas. Cómo podría entenderlo si aún guardo su calor como un tatuaje sobre el pecho. Cómo comprender que aquel trozo de esperanza surca hoy otros cielos, otros mares más azules que mis ojos y tan infinitos que dan miedo. Cómo enjugo estas lágrimas sin fundamento, sin causa, sin justicia, sin remedio.
Cómo afrontar que aquel agua cristalina de tu frente, aquella transparencia que me permitía saber todos tus trucos y anticiparme a tus deseos, guarda hoy enigmas insondables y ha olvidado un tanto nuestro idioma compartido.
Cómo despedir la sencillez, la inmediatez de las preguntas y respuestas de aquellos tiempos del sí y el no.
Me decías:
-¿Jugamos?
Y yo:
-Sí.
O:
- ¿Alba, has terminado ya los deberes?
-Me falta un poquito, mamá.
Y me preguntabas sin parar y sin reparos y siempre te gustaban mis respuestas reales o inventadas. Todo era coser y cantar y yo, un auténtico genio.
Ahora, las preguntas se complican, o desaparecen, las respuestas son enigmas también para mí. Y sé que lo justo es pedirte que sigas tu viaje, que disfrutes cada microsegundo con y sin mí.
Pero estate precavida, cariño. Saborea cada paso, siente cada carcajada, emociónate, sueña, vive, ama, equivócate, acierta, sé tú y de vez en cuando, te ruego que seamos un poquito “nosotras”.
Yo te creé para ser feliz, para volar alto y para volar bajito. Te creé para caerte y levantarte tú solita. Te creé para llorar y reírte al ratito, para soñar de día y de noche. Y luego tú, cada día, le das la vuelta a mi plan y trazas otro plan B, C, D, F, G, hasta acabar con el abecedario.
Yo te quiero feliz, te anhelo radiante, contenta. Te sueño esperando ansiosa mi abrazo, mi caricia pero me despierto y me encuentro a mi joven adolescente, frente al pc, con el móvil y los auriculares escuchando a 5SOS y pidiendo su desayuno o que le pase el típex, distraída sin apenas tocarme con su mano o su mirada. Y me resisto y me imagino que debajo de "ésa” está “la otra” guiñándome un ojo y pidiéndome que la siga tratando como a una niña, mi niña.


Las cosas se complicarán, lo sé y no podré alfombrar el suelo con burbujas. Me temo no estar a la altura. Así que sólo me queda cruzar los dedos tras la espalda y desearnos suerte: Vela por tus sueños.
...


A mi muy amada hija, Alba,
mi amanecer,
la primera luz de mi vida.

Te adoro.

Imágenes y texto: Santi Jiménez

La modelo, mi hija Alba

viernes, 14 de noviembre de 2014

Otoño


Fotografía de A.P. @soloparatuitear
Y llega el otoño y me desarma. Sopla su viento arrancando mis lágrimas, mis hojas y mis ilusiones que caen como niños heridos, como perros sin dueño, como yo sin ti. Derriba poderoso mis raíces y mis sueños, atrasa mis relojes, mis sonrisas y mis pasos. Desnuda de caricias hasta mi alma y me mira triunfante, insinuando que soy sólo un espejismo, un engaño.
Deja nuestros cuerpos abatidos, sin refugio posible, cubiertos por el frío y el dolor, invadidos por la escarcha del desaliento. Despierta nuestros rencores y aviva los desencuentros, nos  puebla de malentendidos y tensiones no resueltas que no acertamos a redimir ni con el sexo. No hay cura ni consuelo.
Llega el otoño y borra mil primaveras y veranos y cambia los colores de mi mundo, de mi alma, displicente y sordo a todas mis plegarias, como una justicia rencorosa y ciega que no me quiere mirar.
Llega implacable y trae consigo desvelos poderosos en impenitentes noches desiertas de cielo.
¿Y el cielo? El cielo se esconde tras las lágrimas de lluvia pues se sabe ausente de ángeles que nos amparen.
Llega el otoño y enreda mis cabellos y mi mente. Derriba la esperanza de un plumazo, sin miramientos, y la deja herida de muerte.
Yo me aferro como puedo a la cordura y ruego un mundo en el que las heridas no dejen huella, un hogar en el que las heridas sean paz y bálsamo.
Siento y padezco, pero no hay gestos que lo avalen. Luzco una sonrisa muerta y efectiva a las miradas poco atentas, miradas que no cruzo, sabiéndome incapaz de enfrentarlas con verdad.
Y rezo a un dios descreído y descreída y confío, suplico nuestro reencuentro. Son rezos sin palabras, profundos y vacíos, confusos y fervientes.
Y de pronto, apareces Tú y comprendo que el otoño es sólo una estación y me subo a tu tren ligera de equipaje y cruzamos el invierno y llegamos a tu primavera. Acaricias cada llaga, bebes cada lágrima, despiertas cada sonrisa y resuenan de nuevo contigo las carcajadas en el patio de la escuela, en el recreo de mi vida.
Vuelvo a creer en todo y veo cometas que vuelan gracias a este viento jugando con esas hojas antes tristes y ahora compañeras.
Y descubro las delicias de calentarme a tu abrigo, que no hay mejor refugio que tu abrazo. Aprendo que el frío vino para que lo combatiésemos con la llama de nuestros cuerpos. Entiendo al fin, que abrazarte bajo el edredón es el camino, que el susurro anhelante da un calor inusitado, que la gloria es tu cuerpo y que no hay mejor hoguera que la que prendemos juntos.
Adivino ahora que las lágrimas que no te ahogan, te limpian; que los sueños que no se pierden, se renuevan y me enfrento a los míos con nuevos bríos.
Camino al fin resuelta hasta la ducha y me escribo un mensaje en el espejo:
"No hay más bello amanecer que una sonrisa".


Nota: Para cada artículo suelo preparar varias imágenes y finalmente me decido por una, hasta la fecha siempre han sido imágenes propias, bien fotografía, bien pintura o ilustración realizada con Paint. Es por ejemplo el caso de esta primera imagen. La descarté porque consideré que restaba seriedad al texto.
Esta obra la realicé en un concurso de pintura rápida en El Parque del Retiro de Madrid, fue seleccionada. Finalmente la desheché porque preferí usar la foto que me había regalado mi buen amigo A.P. @soloparatuitear 
En la imagen siguiente incorporé el personaje Miss Idiot usando Paint.

En esta última, situé a Miss Idiot en el delicioso paisaje de A. P. 

Texto: Santi Jiménez.

viernes, 7 de noviembre de 2014

El Principito

Perdóname, lo he vuelto a hacer, sé que te prometí que no volvería a ocurrir, que no volvería a entrometerme, pero ya sabes esta tendencia mía a darle la razón al corazón y desoír mi cabeza. Así que no me he podido resistir. ¿Sabes?, me recuerdan mucho a nosotros, dos islas que se aman sin conocerse.¿Te suena esa frase? Sí, es tuya.
Cada día los veo llegar por separado. Él sube por la boca del metro, con ese aire tan tuyo, tan de caminar por encima de los sueños tropezando con todo lo mundano, como alguien que tiene mil cosas que hacer pero fuera de este espacio. Como tú, que nunca fuiste de este mundo.
Ella llega en su bici, con su mochila, sus gafitas y algún libro que, curiosamente, yo también he leído. Siempre se sienta en la misma mesa, en nuestra preferida y subraya el ejemplar que ese día lleve entre manos. Entre pitos y flautas, acaba tomándose el café frío. Y él, se enfrenta a unas tostadas que nunca acaba y se dedica a mirarla con la mirada extasiada de quien ha encontrado, sin saber, lo que tanto buscaba.
Amo estar detrás de esta barra, contemplar lo que un día construimos juntos, nuestra cafetería parisina (como te gustaba llamarla)colmada de esperanzas, charlas, garabatos sobre servilletas, conversaciones a media voz... y ahora ellos.
Cuando entendí que necesitarían un pequeño empujoncito, comencé a “intervenir” (mil perdones otra vez, querido). Me costó unos pocos eurillos. Convine en decirle a la joven lectora, durante unos cuantos días, que su consumición ya había sido abonada por cortesía del chico de la barra. Ella lo miraba y sonreía, creo que él moría un poco, pero seguía sin mover ficha, dedicado a la pura y minuciosa contemplación.

Por fortuna, cuando ya llevaba “invitándola” (yo) a desayunar durante más de una semana, antes de marcharse, ella se dirigió sin miramientos hacia mi protegido; por supuesto, la implacable ley de Murphi confabuló para que él tuviese con la boca llena y no lograse articular palabra:
  • Muy amable, gracias por el desayuno.- Y se marchó en su bici, dejándolo sopesando cada sonido como si estuviese descifrando un jeroglífico.
Así que por miedo a que mi galán se quedase mirándola eternamente, después de algo más de dos semana de desayuno gratis para la dama, incorporé pequeñas obsequios, como bombones o caramelos acompañando el café de la ciclista.
Y ocurrió que de nuevo ella se le acercó y esta vez le agradeció “sus” invitaciones con un ejemplar listo para la demolición de “El Principito” y estas palabras:
  • Lo tengo desde niña, creo que todos deberíamos leerlo alguna vez. Muchas gracias de nuevo por los desayunos.- Y se lo entregó, sus dedos ni siquiera se rozaron, pero parecían anticipar caricias, parecían prometerse amor, ajenos a sus dueños.
Por primera vez, lo vi marcharse atento a sus pasos, como si portara entre sus manos la clave de la felicidad o la fragilidad del planeta.
Llegó a casa y abrió las desgastadas páginas, inspiró como si se le fuera la vida en ello. El libro estaba impregnado de ella, podía acariciar su caligrafía alocada por cada margen, había letras de diferente tipo, de diferentes edades. Era casi un diario. Pensó las veces que aquel “Principito” habría dormido entre sus sábanas, sonrió ante la idea de que incluso la habría visto con trenzas y brackets.”

¡Maldita sea!, no sé cómo continuar el relato y he de entregar el texto en nada. Se diría que mis musas estén de vacaciones. Es más, aseguraría que una de ellas ha muerto y las demás han acudido presurosas a su funeral. Estoy seca, vacía y creo que la situación fúnebre de mis musas no le va a servir como excusa al profesor.
De acuerdo, creo que sé lo que tengo que hacer. Él está ahí mismo, en la barra, como un pájaro de otra galaxia al cobijo de esta camarera que siempre me sonríe cómplice. No sé qué se traerá entre manos. O quizá sí.

Me bebí el café frío de un trago, cogí mi mochila del respaldo de la silla, guardé el cuaderno y casi todo lo demás y me dirigí decidida hasta el chico de las tostadas con mi ejemplar de “El Principito” palpitando en la mano. Supe entonces que para acabar mi historia tendría que vivirla. 

Texto y foto: Santi Jiménez.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Los que no se pertenecen

Y luego están los que ya no se habitan, los que no se pertenecen, los que ya no encuentras en sus miradas vacías, en ese brillo que te habla de otros mundos, de fríos cristales nevados, de copas vacías o de qué sé yo.
Esos príncipes y princesas que un día reinaron en su castillo o en aquel en el que los tenías encumbrados porque sí, porque ellos lo valen, porque es de ley, porque todos tenemos un rey de corazones en el corazón. Te rescataron incluso a veces y hoy, ven dragones con sus propios ojos y escupen fuego y te devoran y se devoran en sus llamas sin contemplación.
Aún recuerdas que en un tiempo se rendían a tus pies y acudían raudos a tu llamada y eran ungüento y medicina y remedio y hombro y colchón. Ahora buscan sin saberlo o a conciencia, un abismo, un filo de la vida por el que caminar, por el que precipitarse.
Hoy no son tuyos, ni suyos, ni de nadie. No tienen compromisos, no saben devolver una llamada, incumplen sus promesas y olvidaron comprar aquel regalo de cumpleaños; tampoco les sonó el despertador el día D y hace tiempo que no se miran al espejo, al menos no en el mismo espejo en el que tú los ves.
Y sucede que justo ese día tuvieron que suspender la reunión y sin embargo, no te acompañaron a la eco y sí, se perdieron el gran partido. Tú lo excusarás :“no importa, ya vendrá en otra ocasión, pequeño, no será tu debut, pero vendrá”. Y te dejaron con esa mesa del rincón para dos, tal vez ocupando otra mesa, rodeado de otra gente, quizá también de mucha soledad.
No lo sé.
En cambio, acude diligente si lo llama “Él”, ese dueño implacable, cruel, silencioso, disimulado, ese “Yo Controlo”, “Cuando Quiera Lo Dejo” o “Estás loca-o, exageras”.


Sin embargo, confío en que todo esto no es el fin, sé que es éste un viaje con retorno, un viaje iniciático, un aprendizaje más, una prueba, un infierno que extinguir.
Porque creo firmemente
en las hadas,
en los cuentos
y en los finales felices.
Porque cuento contigo
los granos de arena,
si hace falta.
Porque juntos encontramos
esa aguja del pajar,
si lo precisas.
Porque te ayudo a buscar
a Nemo o a Wally,
si me llamas.
Porque yo creo en Ti
sé que algún día
te despiertas

y regresas.

Texto e imagen Santi Jiménez.
Acrílico sobre tabla 1x1m 
"Ángeles durmiendo"

viernes, 24 de octubre de 2014

Laberinto de deseo

- Y desde el minuto uno supe que eras tú la playa en que deseo morir. Que no quiero más luna que tu vientre, ese campo abierto donde sembrar hijos infinitos, como granos de arroz, como flores de loto.
Y cada día vuelvo aquí con la esperanza de verte girar en este espacio diminuto, mientras me miras distraída, como a tantos otros, con las mismas palabras, los mismos gestos, igual sonrisa, pero a la vez, todo tan nuevo, todo tan para mí... Tú, apenas te detienes un segundo para regalarme tus contadas frases amables, tus respuestas breves y diligentes y tus sutiles indirectas con ese idioma curioso que aprendiste quizá, tan sólo para mí.
Estos tus inciertos ojos entornados me reciben cada día, como un faro, como una guía, fieles a mi llegada y te veo tan fuerte y tan constante en el pasar de las horas inciertas, soportada por ese cuerpo tan breve y delicado. ¡Menudo espectáculo!
Envuelta estás en un laberinto de deseo en el que cualquier pasillo, cualquier estancia conduce hacia ti en una especie de peaje emocional. Contigo encuentro todo cuanto busco, sin importar su forma, su origen, su color... Tú, todo lo consigues, todo lo alcanzas con tu delicada mano. Posees todo cuanto necesito, todo me lo procuras, si existe lo tendrás, sólo es cuestión de tiempo, de poco tiempo: si no es hoy, tal vez mañana. Y así, como una invasión silenciosa te derramas sobre mí, en mi tierra, en mi cabeza, en mi piel.
Y regreso a casa con las manos llenas y el corazón aliviado por segundos, con mil cachivaches inservibles, que no llenan este vacío, pero abarrotan los estantes, las estancias y te esperan.
Como cada noche me duermo enredado en tu recuerdo, en tu boca minúscula, en tu mirada rasgada, en tu gato dorado y en ese beso en el cuello que aún no te he dado. Me detengo disfrutón en ese segundo en el que nuestras manos se rozan al despedirnos, lo saboreo, lo alargo, lo meto entre mis sábanas y lo acuno hasta quedarnos estrechamente dormidos, empapados entre lágrimas, sudor y otras humedades.
No sabes cómo te extraño y aún no te he tenido, cómo tu reclamo de neón se aparece cada día en mis sueños y en mis desvelos, como un “Bienvenido” parpadeante, insistiendo en un “Vuelva usted mañana”.
En casa todo me recuerda a ti: cada objeto, cada lágrima; todo habla de tu ausencia, todo lleva tu aroma a ninfa, tu mirada oriental, tu tacto de cálida porcelana y eso que aún no has estado allí conmigo, en un abrazo.
Todo espera tu reencuentro: los cuadros, las cortinas, los cubiertos, las cajitas que atesoro para tus pendientes, los cuadernos, las flores artificiales, los jarrones orientales... Todos estamos huérfanos de ti.
Y no te lo vas a creer pero a menudo inventamos finales felices en los que todo es como debería ser, en los que tú, yo y todas estas cosas que están aquí como un pretexto somos una gran familia.
De momento, sólo faltas tú.


  • Señol, ¿bolsa va a quelel?


Imagen y texto: Santi Jiménez

martes, 21 de octubre de 2014

Vuela, cariño

Ajeno al manto de mis lágrimas, mi Sufrido Carcelero, duerme cada noche sobre mí.
Su sed es infinita. Su corazón, un vacío, el olvido. Sus ojos quedaron ciegos y el ruido de los celos y sus gritos dejaron paso al silencio sordo de sus conclusiones.
Ya no puede escuchar las súplicas, las disculpas, los lamentos. Desoye las palabras de amor, genera sus propios hechos y recuerdos. Ahora nada pasó como fue, todo ocurre como él cree y con quien él supone.
Yo le hablo muda, envuelta en su tela de araña, en una súplica que escucha sordo, inerte.
Bebe mis lágrimas perplejo con una sed infinita como si no supiese que es él el manantial que las precipita, en una rutina que le vuelve poderoso y que me deja a mí diminuta y parada, en este limbo diario.
Cada vez traza los círculos más pequeños, mis pasos se vuelven más sabidos, más diminutos e invisibles. Ya apenas salgo de casa, tan solo para lo básico: el cole, las compras y por supuesto, sólo a los lugares predeterminados por él.
Mis palabras son como dardos, por mucho que las sopese, las piense, las mida, las tase o las calibre, siempre caen en terreno pantanoso. Llueven sobre mojado. Son la última gota que colma el vaso. Le hieren antes de arrojarlas. Me las ha ido restringuiendo y cada vez me permite menos letras, me las va descontando, una a una, dos a dos.
Sin embargo, cuanto menos hablo yo, más se ahoga él. Cada vez emplea más monosílabos. Cada vez me entiende menos y cada vez parece que sobro más. Más nos necesitamos, más daño nos hacemos. Más me ama, más me duele.
Me mira y parece que quisiera sacarme los ojos. Le ciegan los celos. Se acerca, me muerde la boca y enmudece. Mi condena no le sacia nunca porque él es su propia cárcel, él es su propio carcelero.
Te juro que me da hasta pena, a veces se le rompe la voz y la tapa el silencio, ya ni lo escucho gritar. A veces, consigo solapar sus brotes airados con mis besos, intento sorprenderlo con mis acordes tiernos, con versos, tratando de amainar esa tormenta cíclica que vuelve como una estación caprichosa e insistente; cada vez, más temprana, cada vez, más urgente.
Encerrada, custodiada, con la llave a mil pies y curiosamente, de repente, un día me siento tan libre, tan ajena, volando, siendo cielo. ¡Es de locos, lo sé!
En ocasiones, le visita la mala conciencia y acude solícito con su fuente olorosa, se deshace en buenas intenciones, en sus “no volverá a pasar”, en sus“te necesito”, en sus “sin ti no soy nada”, en “¿ves lo que me haces hacer?” y procura darme todo el elixir que me niega en vida, pero yo aprieto los labios, sin orgullo, mas con decisión y derramo cada gota que me da y a él se le seca la garganta y se vuelve loco porque sabe que ya no soy suya y se muere de sed. Yo creo que un día me mata.”
***

Esta fue la última carta que me enviaste, cómo duele no llegar a tiempo, no despedirnos como hubiésemos deseado.
Aquella fría sala no estaba tan mal, dirías tú para hacerme reír, que te conozco, pero no era nuestro cafecito de siempre ¡qué de risas allí! ¿te acuerdas?, antes de que llegara Él, claro. Y ¡qué guapa estabas hoy!, con ese vestido, que tan bien te sentaba, que realzaba tu escote y que ya nunca te ponías. Se te veía tan serena, tan bella, tan “viva”.
Y al final, he podido explicarte que el Amor -cuando es verdadero- no te corta las alas ni siquiera te las moja.

Vuela, Cariño.

Óleo y texto: Santi Jiménez.

El dúplex


Anoche,
tu cuerpo era un extraño.
Nuestro cuarto, un extranjero,
bañado acaso por otra luz.
Tus manos me hablaban
de nuevo,
con la urgencia
de aquel hotel de París.
Por un momento,
me supo a Gloria,
a pasado enterrado,
a comienzo,
a historia por escribir,
Aún así no noté tu alianza
en mi espalda.
Me siento otra en este abrazo.
No reconozco esta piel que nos envuelve.
Este latido, este aliento,
todo me es tan ajeno.
Esta caricia es tan nueva.
Esta canción aún no ha sido escuchada,
Nadie había escrito este verso.
Y tú,
jamás te había visto esa mirada.
No he reconocido ni tu voz.
Has dicho otro nombre entre susurros.
Ha sido la primera y la última vez, de algo.
Y qué pasa si ya no me despierto más a tu lado.
Si ya no confundimos las almohadas.
Si, de repente,
no calientas más mi lado de la cama.
Si no entrelazas tus piernas con las mías.
Por qué anoche no cruzamos las miradas.
Por qué no supimos que aún nos quedaban más ganas.
Por qué tu cepillo no descansaba cómplice
sobre el mío,
por qué ya no se encontraban.
Por qué esta mañana no he quemado tus tostadas, como siempre.
Por qué no te besé antes de marcharte,
con las prisas,
con la risa tonta,
con esas ganas de volver a verte
con tus ganas de volver a por más,
de repetir el postre.
Por qué hoy,
no encajan mis llaves...


¡Qué manía de hacer todos los dúplex iguales! Cuando se lo cuente a mi marido, se va a reír.

Imagen y texto: Santi Jiménez.

lunes, 20 de octubre de 2014

Metamorfosis

"Todo empezó como empiezan estas cosas: con un “para siempre”, con un “sin ti, muero”, con un “en la curva de esos labios un día yo me mato”.

¡Cómo erais! Por entonces, recuerda, volaban las horas, sobraban las distancias, faltaban las posturas, no quedaban probadores de El Corte Inglés por probar, ni túneles de lavado donde no remojar vuestras ganas, ni salas de cine donde degustar cualquier delicia, incluso las palomitas en lugares insospechados.
Luego, unas cuantas heridas después, tras algunas hipotecas, desilusiones y estrías acumuladas, la piel de gallina dejó paso a los malentendidos; el sublime tiempo suspendido en sus caderas fue sustituido por los incómodos tropezones en el pasillo. Los poemas erótico-festivos del espejo del baño, dejaron paso a las notas rápidas y anodinas en el frigorífico. Esos “te quiero” sin palabras de tus manos en su pelo, de sus jadeos en tu nuca, necesitaron hasta alarmas en el móvil para no olvidar un aniversario, un cumpleaños e incluso, que de vez en cuando, había que darse algún abrazo.
Te pones a pensar y ya ni recuerdas el punto exacto en el que pasasteis de ser depredadores sexuales adictos al amor, a simples compañeros de piso.
¿Cuándo comenzó el principio del fin? Un final que no llega, un final que os está re-matando. Un final que duele en cada foto del álbum que repasas con la ilusión de volver a mirarle con ojitos, con aquella chispa que arrastraba mariposas.
¿Cuándo fue la última noche que te dormiste sin llorar? ¿Cuándo, el último desayuno que no mojaste las tostadas en lágrimas? Y lo intentas una y otra vez y te reprochas las pocas ganas, los muchos rencores, las pobres excusas, los amargos sinsabores, los escasos aciertos, los evitables errores. Miras esquivando la viga de los tuyos y no ves más que la paja sobre sus cansados y aburridos ojos, que se posan en cualquier parte que no se llame “Tú”.
Pero un buen día, te levantas y te das una ducha renovada y exfolias los malos sueños, te despojas de las malas pasadas, empaquetas las peleas y las envías a Nunca Jamás por Seur, del modo más barato posible, para que se pierdan y no regresen. Y te pones esa camiseta suya, la que te queda tan grande y que tanto le gusta, aquella que no te duraba ni dos segundos puesta y sueltas una carcajada, más fuerte de lo esperado, al recordarlo. Vas a buscarlo a la que ahora es su habitación, con sanas y perversas intenciones y con ganas renovadas, y en la mesilla, junto a una foto castigada bocabajo, encuentras la temida nota."



¿Pero tú quién eres, impostora? Suelta el teclado ahora mismo y déjate de dramas, que esta sección la llevamos Miss Idiot y yo.

Imagen y texto: Santi Jiménez